Lugar: Calpe, Playa de Levante (lado norte del Peñón, para más señas)
Día: Sábado 14 de junio de 2008
Hora: 22:07
Temperatura: Ni puta idea
Humedad relativa: Idem
Mientras nos equipábamos un señor y una señora que daban una vuelta por el paseo se nos quedaron mirando. “No señora”, pensaba yo, “no estamos tan mal de la cabeza como parece. ¿O sí? No sé.”
Bajamos a la playa y encendimos las linternas antes de meternos en el agua para que no se mojaran por dentro. Las llevábamos colgando de una anilla del chaleco y conforme nos íbamos metiendo, el agua nos llegaba cada vez más arriba. Llevábamos las aletas en la mano y anduvimos hasta llegar a un punto en el que el agua nos cubriera hasta el pecho, más o menos, para que fuera fácil ponérnoslas. Estaba todo oscuro y no veíamos nuestros pies salvo por los círculos de luz que proyectaban las linternas en el suelo, ya que iban colgando de los chalecos.
Nos paramos, hinchamos los chalecos y nos pusimos las aletas. Cuando el chaleco está lleno hace de chaleco salvavidas; por eso no hace falta saber nadar para sacarse la licencia de buceador, pero eso la gente no lo sabe y los que no saben nadar no se atreven a bucear. Con el chaleco hinchado fuimos aleteando hasta un sitio donde hubiera bastante profundidad. Cuando llegamos al sitio nos miramos. Apenas nos veíamos las caras con la luz que llegaba de los garitos de la playa.
—Reguladores en la boca —dijo Sergio.
Aclaración: Sergio es el instructor, y el regulador es la boquilla por la que se respira. Pulsamos el botón de deshinchado y empezamos a bajar...
Es como pasar a otro mundo. Ya no se oye nada y la gravedad deja de existir. Flotas suspendido en el agua como en un sueño fantástico donde puedes ir donde quieras, arriba, abajo, izquierda, derecha... puedes quedarte de pie, darte la vuelta, ponerte boca abajo... De día todo se ve más grande y con otro color, pero de noche no se ve nada. Y bueno, eso de que no se oye nada... no es del todo cierto. Oyes las burbujas salir de tu regulador y el agua chapoteando por dentro de la capucha de tu traje de neopreno, pero el sonido es tan distinto que contribuye a dar la sensación de que estás en otro mundo. Llegamos al fondo y cogimos las linternas para iluminar por dónde íbamos.
Es como irreal, aunque en ese momento lo irreal es el resto del mundo. Piensas que el día anterior estabas sentado frente al PC programando. O piensas en esa misma mañana, cuando estabas enseñando una coreografía a tres niñas de trece años. O en otros sábados por la noche, cuando estarías a menos de un kilómetro, en los garitos de la playa, con un gin-tonic en la mano y bailando al Bisbal. Y resulta que lo irreal son todos esos recuerdos, todos te resultan super extraños, porque te da la sensación de que el mundo real está ahí abajo, donde de verdad quieres estar, donde se ve poco y se oye menos...
Al principio pensaba que al bajar tendría miedo, pero resultó todo lo contrario. Creo que habré estado en pocos lugares en mi vida donde pudiera experimentar esa paz y tranquilidad. Todo está quieto, todo sucede despacio...
Por lo demás, vimos un pulpo pequeñín, de un palmo de tamaño más o menos, una cría de barracuda de dos palmos y varios peces trasnochadores que en cuanto los iluminabas desaparecían entre una nube de arena. “Se habrán desvelao y no podrán dormir”, pensaba yo. “Cómo les entiendo, a mí me pasa a veces. Yo también saldría a dar una vuelta...”
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